Por las mañanas

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Por las mañanas

Infografía hecha por nosotros con

¿A dónde fue Adelita?

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Un corto de Javier Sánchez

El cuarto de los niños II

Conmovidos por la noticia de Connecticut, recordamos estas imágenes que posteamos hace apenas un par de días antes de que sucediera el trágico evento en el que perdieron la vida profesores y profesoras, así como veinte pequeñitos de entre 5 y 7 años.

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De los cuartos que el artista fotografió en Estados Unidos no hay ninguno que no sea, justo es decirlo, aterrador: un chico amante de las armas, una niña con todas las medallas en artes marciales habidas y por haber, y el el niño que en sus ratos libres practica el mundo de los negocios.

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¿Qué clase de adultos son capaces de creer que eso es sano? No es sano el mundo de la «competitividad», de la «cosificación» y del ganar por ganar. Crea gente enojada, egoísta y estúpida que antepone lo material a cualquier solidaridad humana; el mundo del competir, del ganar por encima de todas las personas en todas las circunstancias, crea desalmados capaces de utilizar lo que sea, o a quien sea, con tal de salirse con la suya.

No miden las consecuencias, no valoran ni la amistad, ni la empatía, ni la convivencia, son seres que han perdido el alma, literalmente, en el afán de obtener lo que se les antoja: reconocimiento, fama, títulos, cargos, dignidades, objetos, propiedades, personas, estatus, lo que sea y sí, se han convertido en unos desalmados: zombis que en lugar de tragar cerebros quieren más de lo que sea, no paran, no hay nada que los haga sentirse bien y en comunión con nadie: vacíos del corazón, metafóricamente, se llenan de poder, de horror y de maldad y de berrinches. Estos seres esperan que el mundo se acomode a sus designios tiranos, inocuos, la mayoría de las veces, pero insufribles, y que en la medida en que siguen acumulando frustración y encono pueden llegar a ser si no asesinos sí seres capaces de las peores bajezas, traición, corrupción, falsos testimonios,  engaños, delación entre otras linduras.

La sociedad estadounidense modelo idóneo de la sociedad de consumo, se ha convertido en un semillero de asesinos, como el de esta escuela; pero en nuestro país no vamos por mejor camino, en otras circunstancias y con otros factores nuestros niños y jóvenes no lo están pasando mejor, no estamos creando mejores circunstancias de desarrollo.

Algo estamos haciendo mal, creemos que evitar la frustración de nuestros niños y jóvenes les hará bien, creemos que ellos son los «reyes» y «princesas» y que les hacemos mucho bien volviéndolos «competitivos».

Vale mucho la pena que revisemos dónde  duermen nuestros niños, ¿qué sueñan?, ¿qué los hace felices?, ¿con quién comparten?. ¿cómo lidian con la frustración? y si es necesario hacernos esas mismas preguntas con respecto de nosotros mismos, saber ¿cuáles son las expectativas con las que los estamos criando?, ¿Hacía  qué modelos de solución de conflictos  los estamos  guiando?

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La reforma laboral y el trabajo digno, ¿en serio?

Muestra del Taller Popular de Serigrafía en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario

 

En las primeras líneas de la propuesta de Reforma señalan que:

Artículo 2º. Las normas del trabajo tienden a conseguir el equilibrio entre los factores de la producción y la  justicia social, así como propiciar el trabajo decente en todas las relaciones laborales.

Se entiende por trabajo digno o decente aquél en el que se respeta plenamente la dignidad humana del  trabajador; no existe discriminación por razón de género, preferencia sexual, discapacidad, raza o religión; se  tiene acceso a la seguridad social y se percibe un salario remunerador; se recibe capacitación continua para el  incremento de la productividad y del bienestar del trabajador, y se cuenta con condiciones óptimas de seguridad  e higiene para prevenir riesgos de trabajo. El trabajo decente también incluye el respeto irrestricto a los derechos colectivos de los trabajadores, tales  como la libertad de asociación; autonomía y democracia sindical; el derecho de huelga y de contratación colectiva.

Aunque la propuesta que se está discutiendo en el senado, nada dice de modificar la jornada laboral o las prestaciones para que padres, madres, familiares e hijos mejoren  e integren su desarrollo familiar, laboral y profesional.

La única relación que reconoce esta reforma es la que existe entre el patrón y el trabajador y, medianamente, la del patrón con los sindicatos. Es entonces una reforma que de «trabajo digno» nada más usa el mote, pues para que eso exista; la relación no debiera pensarse sólo en términos de un patrón y un trabajador; sino entre toda una sociedad que reclama que las relaciones labores sean dignas y una serie de empresarios y funcionarios de alto nivel que, hasta ahora, no han concebido una realidad mucho más compleja de la que pueden reflejarles las ganancias de sus empresas o los deficientes servicios que ciertas paraestatales ofrecen.

De manera que con esta reforma quedan pendientes todas las recomendaciones que hace el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en el informe Familia y trabajo publicado en el 2009 y que contempla una serie de medidas para eficientar las responsabilidades familiares de la sociedad, lo que significaría que el Estado –incluyendo a todos sus miembros: sociedad civil, gubernamental, empresarial, intelectual, artística, entre otras– es responsable de la calidad de vida de todos los niños, jóvenes, ancianos y enfermos de la sociedad. De manera que los patrones deben considerar que los trabajadores en algún momento tendrán que cuidar hijos, padres o familiares y que para poder trabajar y desarrollarse profesionalmente deberán tener la seguridad de contar con servicios de calidad –como los que propone la Ley de guarderías y estancias infantiles que las familias de la Guardería ABC, después de su tragedia promovieron– que se hagan cargo de los cuidados de sus familiares, entre otras tareas pendientes que la reforma no considera.

De acuerdo con información del sitio Sopitas, lo que la Reforma sí contempla es:

En general, la propuesta modifica la relación obrero-patronal y busca facilitar la contratación con:

1) Contratos a prueba por 30 días

2) Contratos de capacitación (por tres meses)

3) Contratos por tiempo indeterminado discontinuos

4) Jornada semanal flexible

5) Días de descanso flexibles

6) Eliminación del escalafón ciego

Facilita la contratación sí, pero también abarata el despido, recorta los derechos sindicales, permite el outsorcing (subcontratación) y castiga a los trabajadores que decidan demandar a sus patrones: en caso de despido injustificado, la reforma autoriza que los empleadores sólo cubran el costo de un año de sueldos caídos en juicios que llegan a durar hasta cinco o seis años.

Por lo que podemos ver a ojo de buen cubero y trabajador es que esta Reforma sólo considera una relación, la del patrón y el trabajador, y la concibe, no en términos de ida y vuelta e igualdad de circunstancias; sino en términos de –diría yo: agandalle vil contra los trabajadores– pero, diremos en otros términos mejores condiciones de ganancia y prácticas autoritarias de los patrones: empresarios, oficinas gubernamentales y cualquier otro empleador ante las opciones de los trabajadores para ejercer su derecho al trabajo digno o decente.

Trabajo y Familia: Hacia nuevas formas de conciliación con corresponsabilidad social

INICIATIVA DE DECRETO QUE REFORMA, ADICIONA Y DEROGA DIVERSAS DISPOSICIONES DE LA  LEY FEDERAL DEL TRABAJO.

¿Qué #$%&@ es la Reforma Laboral?

Moving

Moving.

Infografía Los papás del siglos XXI en Estados Unidos

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Infografía Los papás del siglos XXI en Estados Unidos

El rey que mataba elefantes (cuento infantil)

Ésta es una una gran historia para comenzar a cambiar historias.

 

El rey que mataba elefantes (cuento infantil).

mi papá en technicolor

De referencias, hijos y padres


Leí la reseña a Canción de tumba  de Julián Herbert, ese relato sobre su madre tiene su origen en un experimento en el que varios escritores publicaron sus autobiografías precoces en la revista Letras Libres. El relato es brutalmente sincero y hermoso. La narración de Herbert me hizo recordar otras historias donde los hijos hablan de sus papás o mamás.

Me acorde de ellas porque allá por mis mocedades post-adolescentes me hicieron reformular mis argumentos contra ser o no ser madre. Afortunadamente, lo de ser madre fue una cosa de chiripa más que de sesudos estudios o elucubraciones, digamos que fue uno de los accidentes más afortunados de mi vida, nunca hubo ni planeación ni deseo expreso; pero cuando sucedió,  había ya en mí,  un estado espiritual predispuesto a la maternidad por así decirlo.

Esa predisposición fue digamos a partir de algunas películas como Betty Fisher y otras historias, o Adiós a Lennin, o algunos relatos como El dios de las pequeñas cosas , o  la Carta a Rocamadour que escribe la Maga en Rayuela; y aunque la predisposición espiritual también tenía sus lugares comunes en contra, como ¡para qué tener hijos aquí abajo en este mundo material! o ¡cómo atreverse a traer a alguien a este mundo con los pocos recursos que existen! o ¡yo quiero desarrollarme como persona, tengo tantos planes! Frases que mi padre escuchaba entre retador y triste. Solamente una vez se quebró cuando le dije:  “Yo no voy a tener hijos en este mundo” y con soberbia digna de post-adolescente pre-apocalíptica le dije: “Para dejar huella en el mundo, hay otras actividades que no incluyen reproducirse”.

¡Bolas!, ese día, con todo lo chafa de la frase, dejé en la lona a mi papá. Fue sin querer, pero hasta entonces habíamos peleado tanto, nos habíamos retado tanto que al poco tiempo de eso, deje de visitarlos a él y a mi mamá, y sobre todo, deje de hablar con él, estaba muy enojada, estúpidamente enojada con él… Para entonces yo vivía en un departamento del sur, acababa de pasar por una crisis aguda de esas de que te tumban con ronchitas o inflamaciones en el cuello que ningún médico se explica, porque todos los estudios dicen que eres la persona más sana del mundo a menos que… a menos que … y entonces te asinceras y dices: a menos que estos síntomas sean  productos de una incomodidad más grande, mucho más grande  con lo que digo y con lo que hago y con lo que no digo y con lo que no hago; y entonces, en lugar de programar un nuevo examen de mitocondrias, sabes que te conviene hacerte un agudísimo examen de conciencia…

Y que me hago el examen. Digamos que muchos de los niveles estaban fuera de rango y que era necesario hacer cambios, muchos cambios.  Poco a poco todo se fue acomodando… la vida es tan hermosa y compleja y sucede a cada segundo que…  al poco tiempo llegó Marco, al más poco tiempo llegó Eliseo en su etapa gestacional, y después mi papá regresó…

Más bien yo regresé, porque él nunca se ha ido, siempre había estado ahí en positivo o en negativo. Mi padre siempre había estado ahí, aunque había ocasiones en que yo prefería no verlo. Lo mejor es que ahora mi papá está enterito en technicolor con colores y matices de lo más brillantes, con contrastes, con volumenes, en 3D… Ahí está mi papá, quien de vez en cuando va por mis hijos a la escuela y les enseña a trabajar con la madera y a ser ordenados; mi papá que de repente se pone de gritón y que a veces se parece al viejito de Up. Mi papá que no deja de fumar, aunque ya le bajó un poco, mi papá que todos los domingos lleva a su mamá a la iglesia y que de lunes a viernes la cuida y la  reconforta y la regaña. Mi papá que se quedó mudo el día que le dije que estaba esperando a su primer nieto. El mismo que me hizo mis libreros, el mismo que me construyó la cama, el  que me hizo los barandales de las ventanas para proteger a mis hijos. Mi papá, que de niña me llevaba a verlo trabajar a la imprenta, que cuando me dio la parálisis facial me llevaba a neurología. El que chocó tres veces, el que siempre tiene objeciones a mis proyectos, pero que cada que puede me abraza y me hace saber que ahí está y que quiere que esté con él. Mi papá.

Otra mirada a nuestra realidad

Por cierto, ¿ya leyeron Un montón de bebés?

Cuánto cuesta el trabajo doméstico

Ponerse en los zapatos del otro: cambiar unos cómodos bostonianos por unos tacones de aguja y salir a alcanzar el micro; o cambiar la blusita de algodón por el rígido traje de lana con corbata y andar así en el metro…. a lo mejor hacer esos intercambios y muchos otros que se nos ocurren, nos da una idea de lo diferentes que podemos ser; aunque dificilmente nos permitirá saber quién es el otro y menos aún valorar todas las cosas que hace.

Y se trata sobre todo de reconocer el trabajo de los demás. Para reconocer un trabajo primero debemos conocerlo y como dicen “sólo se aprende a nadar, nadando”. Un trabajo sólo se conoce haciéndolo, experimentándolo. Si en una casa, los hijos nunca han lavado un traste o limpiado los pisos, dificilmente pensarán que ese trabajo es cansado o monótono. Podemos leer tratados y tratados sobre cómo lavar, planchar y acomodar la ropa, pero si nunca lo hemos hecho, jamás sabremos que si no separamos correctamente y revisamos las bolsas de los pantalones tendremos accidentes de ropas pintas o de lavado de carteras.

Una de las formas más comunes que tenemos de valorar un trabajo es por lo que pagamos por él de acuerdo con las leyes del mercado; aunque hay bienes o valores que no precisamente se pueden remunerar: aprender a ser ordenado, justo o cooperativo; reconocer la responsabilidad personal en una determinada situación o ser solidario, no son bienes que podamos pagar con dinero y son herramientas muy valiosas para convivir con otros, especialmente con nuestros familiares, amigos o compañeros de escuela o trabajo.

Reconocer que el trabajo en una casa es arduo y que todos los integrantes de la familia se benefician de él, es un principio: lo que sigue es repartirlo de manera que todos participen y que además puedan desarrollarse en otros ámbitos como el profesional o en sus estudios. Repartir las tareas de casa no tiene porque ser asunto autoritario o de tanto trabajas tanto debes de retribuir. La tabla que les presentamos sólo es con fines informativos para visualizar cuánto costaría por semana pagar por todas esas tareas, aunque no tendríamos todos los otros bienes que ganamos con la repartición: cooperar con los demás, asumir responsabilidades, organizarnos, negociar y dialogar, ser solidarios, y sobre todo hacer comunidad, y eso, en medio de una crisis social nos parece que es una de las grandes ganancias que podemos obtener al repartirnos las tareas.

Trabajo doméstico, ¿quién dijo yo?

Efectivamente, para lavar los trastes no es necesario tener estudios profesionales, tampoco tienes que hacer operaciones de cálculo o leer eruditos tratados. Uno nomás llega al fregadero, bendito nombre, y comienza a enjabonar, acomodar, enjuagar y poner a escurrir los platos, vasos, ollas, cacerolas, biberones hasta que termina y luego limpias la estufa, acomodas y justo cuando crees que ya todo está limpio y que no hay ningún traste en el fregadero, llegan más y más trastes con la hora de ponerse a preparar la comida.

Total, pareciera que cualquiera puede lavar los trastes, recoger la ropa del piso, lavarla, tenderla, doblarla y acomodarla en el armario, preparar la comida y mantener limpia y ordenada la casa; el problema es que nadie quiere hacerlo y que parece que es una tarea que exclusivamente le toca a algunas personas y que cuando los demás lo hacen, es por pura buena onda o porque están ayudando, pero que no es su responsabilidad.

Te imaginas qué pasaría si nadie lo hiciera. Hay personas que pueden vivir comiendo comida rápida en desechables, durmiendo en camas sucias, con amontonaderos por todas partes y con la ropa percudida o mugrosa, sin necesariamente ser pobres, económicamente hablando. Aunque no podemos decir que vivan bien, la vida buena implica tener un orden que te permita encontrar las cosas que buscas, alimentarte sanamente, tener un espacio limpio donde dormir, estudiar y aprender, en que la higiene y el cuidado te eviten enfermedades o malestar.

Históricamente se ha creído que limpiar una casa es una tarea que no requiere esfuerzo físico, ni intelectual, que en realidad no es un trabajo porque no debes pagarlo; por eso el trabajo doméstico se ha relacionado con la esclavitud, el colonialismo y otras formas de servidumbre que suponen que unas personas valen más o menos que otras y que por eso están condenadas a realizar ciertos trabajos. El trabajo doméstico es el trabajo que han realizado los vencidos en la historia, especialmente las mujeres de los pueblos colonizados; por eso en la actualidad, en países como el nuestro es un trabajo que perpetúa las jerarquías e injusticias basadas en la raza, el grupo étnico, el color de piel o la lengua que hablas, o el estrato socioeconómico al que perteneces.

Una o dos generaciones antes no se cuestionaba con tanta claridad esta situación de cuánto cuesta el trabajo doméstico y quién o quiénes deben hacerlo. La mamá o las hermanas o las hijas eran quienes tenían que atender las labores de limpieza y cuidado del hogar, la mayoría de ellas además atendía sus propios negocios o estudiaba; son las mujeres que conocemos y que además de atender familias y casas, salieron a la oficina o a estudiar o a vender o a realizar muchas otras actividades. El problema es que debido al estigma contra el trabajo doméstico, muy pocos hombres se quedaron en las casas a hacer ese trabajo que se cree de débiles o vencidos, y aunque las mujeres compartieron tareas remuneradas con ellos, ellos no le entraron a hacer las tareas del hogar.

Se nos ocurre que la forma más adecuada para revertir estas ideas acerca del trabajo doméstico y mejorar la convivencia es valorarlo y repartirlo equitativamente. En el próximo post les contaremos cómo le tuvimos que hacer para repartirnos esas tareas porque no todo es miel sobre hojuelas.

Más información
Encuesta nacional sobre discriminación en México, resultados sobre trabajadoras domésticas

Haz clic para acceder a Enadis-2010-TD-Accss.pdf

Trabajo y Familia: Hacia nuevas formas de conciliación con corresponsabilidad social (Resumen ejecutivo)
http://oit.org.pe/WDMS/bib/publ/documentos/trab_familia%5BOIT-PNUD%5D_re.pdf